lunes, 6 de diciembre de 2021

¿CHURCHILL contra STALIN?

 Churchill fue un imperialista. Era producto del Imperio Británico, pertenecía a su clase dominante y dedicó su vida a defenderlo contra cualquier amenaza. Un imperialista es quien otorga a una nación el derecho a dominar bajo sus intereses al resto de naciones.

Una nación es una porción de territorio controlado por una o un limitado número de familias que son los dueños de los medios de producción y, en consecuencia, de toda la riqueza que se produzca en esa porción de territorio.

Las naciones están organizadas de forma piramidal, en la cumbre están esas familias o clase dominante, y en la base la mayoría de la población que vende su fuerza de trabajo a cambio de un ínfimo bienestar. Los escalones intermedios están ocupados por capas de la población cuyo bienestar depende de la más o menos utilidad que sus servicios tienen para sostener los privilegios de la cúpula.

Hoy en día, un imperio consiste en que la clase dominante de la nación dominada, o colonia, se ve obligada a organizar la producción de su riqueza según los intereses de la metrópoli, o nación dominante.

En última instancia, tanto la estructura imperial como la pirámide social se cimientan en la superioridad de los medios violentos en manos de las élites de la nación dominante.

A la hora de repartir la riqueza el esquema utilizado es el propio eje del capitalismo y que se conoce como propiedad privada, es decir, tanto posees, tanto te llevas. Esa posesión es cedida o vendida por las élites a las familias que le son fieles, para su libre y exclusivo disfrute, siempre que no se utilice contra la propia élite, o bien esta los necesite para la defensa de su dominio.

El imperialismo viene a ser una manera de capitalismo global, cuyo eje básico sigue siendo la propiedad privada. Se entiende así que la amenaza fundamental para el imperio británico fuera la abolición de la propiedad privada como postula el comunismo, y no la existencia de otros imperios como el alemán que en lo esencial, eran idénticos: ambos reclamaban su derecho a someter a otras naciones en base a una supuesta superioridad racial. Igualmente se entiende así que Churchill fuera un furibundo anticomunista.

Planteadas las cosas de esta manera, la alianza lógica en la IIGM, tal como los nazis postulaban, era una alianza entre el occidente capitalista contra los salvajes eslavos que se atrevían a poner en duda la sacrosanta propiedad privada. Sí esta alianza hubiera existido, aunque solo fuera secretamente, tendría su antecedente en la intervención de catorce países en apoyo del ejercito blanco o antibolchevique, y explicaría el extraordinario aporte de capital al partido de Hitler por parte de grandes corporaciones capitalistas, la ceguera de occidente frente a las repetidas violaciones del Tratado de Versalles por parte de Alemania. Así como la tecnología norteamericana en armas nazis, el entreguismo del ejercito francés o, en general, la facilidad del avance alemán.

Es decir, el verdadero enemigo de Churchill no sería Hitler, sino Stalin. Hitler y toda su cohorte de psicópatas serían el siniestro y atroz artefacto ideado por el “bulldog británico” y financiado por las elites capitalistas para desmontar la URSS.

Semejante argumento dejaría claro que a las distintas elites, asociadas en esa hipotética alianza, no les tembló el pulso al poner en marcha un mecanismo que le costaría la vida a más de sesenta millones de personas. No les importó sumir a varias generaciones en el mayor horror que ha sufrido la humanidad intentando, a la desesperada, mantener los privilegios de una clase sobre las otras, de unas naciones sobre otras, de unas etnias sobre otras.

Semejante argumento mostraría que la batalla de Stalingrado no sólo fue el punto de inflexión en la guerra, además, evidenció que no es lo mismo enfrentarse, en su permanente guerra imperialista, a pueblos mal armados y sin una estructura estatal sólida, que enfrentarse a un estado avanzado cuya población, sólidamente estructurada en soviets, se siente dueña y protagonista de su destino. También supuso una inflexión en la forma de tratar al socialismo por parte de los capitalistas, ya no se trataba de un experimento utópico, sino de un sistema capaz de responder a la más terrorífica herramienta de matar ideada por el capitalismo: el III Reich. Ya no se oirían más bravatas anticomunistas del ”Carnicero de Galípoli” quien se declaró admirador de Mussolini por haber eliminado a los comunistas de Italia.

La reunión de Yalta ya no sería una conferencia de paz, sino la capitulación del capitalismo al verse obligado a pactar el reparto de Europa con quien, siempre según este argumento, habría sido su verdadero enemigo

Semejante argumento daría lugar a una película de lo ocurrido en la IIGM con muchas menos incógnitas que los retorcidos relatos que Hollywood acaba imponiendo y que nos presentan, durante esa guerra, al ejercito USA como el gran liberador del fascismo en el mundo. Afirmación que puede ser cierta en el Pacífico pero que resulta más que dudosa en Europa, y sin que ello suponga la mas mínima dejación del sincero homenaje a los compañeros norteamericanos sacrificados en los campos europeos. Dejación que sí cometen los relatos hollywoodenses con respecto a los heroicos compañeros del Ejercito Rojo, verdaderos liberadores del nazismo en Europa.



 

3 comentarios:

  1. Hola Juanma
    Contento que sigas escribiendo tan certeramente.
    Esta vez la lectura me hizo pensar en Ramón Grosfoguel, gran teórico sobre el imperialismo.
    Salut
    Jaume

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