Hace muchos, muchos años,
un señor montó una fábrica apoyándose en dos bastones. Por un
lado tenía mucho dinero y, por otro, disponía de un montón de
miserables dispuestos a vender su trabajo por un sueldo de mierda. De
donde sacó tanto dinero y cómo consiguió controlar a tanta gente,
es mejor no hablar...
El caso es que, ¡lo que
son las cosas!, ese montón de miserables, a la que tuvieron la
barriga llena, decidieron exigir mejores sueldos para dejar de ser
miserables y aprendieron a utilizar métodos anticonceptivos para
dejar de ser un montón. Como era de esperar esto no le hizo ninguna
gracia al señor que montó la fábrica porque encarecía mucho la
fuerza de trabajo y, por lo tanto, daba al traste con una de las
patas de su invento.
Una solución razonable
hubiera sido pactar con el montón de miserables unos sueldos que,
manteniendo un nivel motivante de beneficio, permitiera un nivel de
vida suficientemente holgado como para que cualquiera pudiese darse
el lujo, y tener la honra, de aportar a la sociedad entre dos y
cuatro hijos. Bien planificado este planteamiento permitiría
mantener una población estable cuyos niveles de formación
garantizarían, por un lado, que la gente trabajaría mucho, bien y
con ganas, mientras que por otro lado, los buenos sueldos asegurarían
que el dinero corre entre la gente y esa es la mejor manera de
abordar cualquier reto de futuro.
Eso sería lo lógico o,
en cualquier caso, hubiese valido la pena intentarlo. ¡Pero no! El
señor del dinero dijo que él había montado una fábrica para
hacerse tan rico como fuera posible y no una entidad para beneficio
de la sociedad. En consecuencia, si los miserables habían decidido
dejar de suministrarle más miserables, los iría a buscar donde
fuera: Murcia, Aragón, Galicia, Andalucía, China, Marruecos,
Sudamérica, África... El caso era tener muchos miserables que
siguieran trabajando por cuatro chavos. Y en esas estamos. Si
hablásemos de una partida, el señor del dinero les ha ganado
descaradamente la jugada a los miserables. Sin embargo la partida
continua... ¿Cuál será la siguiente jugada?
Veamos. El señor del
dinero tiene una postura muy clara de la que no se mueve ni borracho:
Si hay quien me lo hace por menos sería de gilipollas pagar más. Y
punto redondo. Es evidente que su interés tiene dos vertientes. La
primera es garantizar que, en los países de origen, se mantengan
unas condiciones sociales de miseria que fuercen a la emigración. Y
la segunda es asegurarse que los trabajadores que ya estábamos aquí
nos enfrentemos a los trabajadores recién llegados. De esa manera,
metidos en enfrentamientos estériles, nos va a ser imposible generar
la unidad necesaria para exigir buenos sueldos.
Así pues, el señor del
dinero, no escatimará medios para, utilizando a los cavernícolas de
siempre, difundir en la sociedad un par de mensajes. Por un lado,
convencernos de que los países de donde vienen los trabajadores
recién llegados no tienen remedio, de que son un nido de
terroristas, delincuentes y pedigüeños irrecuperables. Convencernos
de que lo único que podemos hacer es construir armas infernales para
machacarlos cuando se ponen flamencos. Y, por otro lado, inculcarnos
la idea de que los trabajadores recién llegados son una especie de
parásitos que, sin cultura ni educación posible, vienen para
aprovecharse de nuestros 'avances' sociales. Esas son las cartas del
señor del dinero.
¿Y las nuestras? Las de
los miserables. ¡Que chungo lo tenemos! Pero bueno, ¿y que? ¿Alguna
vez lo hemos tenido fácil? No hay que dejarse impresionar. Son
demasiadas historias de lucha y sacrificios la que llevamos a
nuestras espaldas, a las espaldas de la clase obrera, como para
achicarnos frente a semejante fullería. Nuestros mayores aprendieron
a exigir los pocos derechos de los que ahora disfrutamos y supieron
corregir sus hábitos y cultura para que una sociedad un poquito más
justa fuera posible. ¿Ni siquiera intentaremos estar a su altura?
¿Seremos incapaces de jugar nuestras cartas con el arrojo y la
dignidad con que ellos jugaron las suyas? Pensemos porque,
efectivamente, nos la estamos jugando.
Por lo menos tenemos una
certeza: La jugada maestra sería cortarle la fuente de miserables al
señor del dinero. Interrumpir el flujo migratorio. Si consiguiéramos
eso lo dejábamos en pelotas. ¿Cómo? Las noticias sobre las
titánicas luchas de los pueblos suramericanos contra las
multinacionales y, últimamente, sobre el arrojo de las clases
trabajadoras en los países árabes, nos están dando una pista. Es
precisamente de esos países de donde nos llegan los nuevos
compañeros. Si los trabajadores de esos países, tal y como lo
consiguieron nuestros mayores, consiguen unas condiciones de vida
dignas dejaran de tenerse que enfrentar al drama de la emigración.
Ahí tenemos una carta de triunfo seguro: Apoyar decididamente la
lucha de esos pueblos por conseguir buenos sueldos y todos sus
derechos para que no necesiten emigrar.
Y puestos a darle al
tarro se nos podría ocurrir hacerles ver a los compañeros recién
llegados que los han engañado, que esto no es ningún paraíso, que
sus sueños no se harán realidad por la misma razón que no se han
hecho realidad los nuestros. Que su única posibilidad, como la
nuestra, es vender su fuerza de trabajo lo mas cara posible y que eso
sólo se consigue uniendo esa fuerza de trabajo, la suya y la
nuestra, como una piña. Hacerles entender que la patria común, la
suya y la nuestra, es Fuenteobejuna donde todos van a una. De esa
manera todas esas compañeras y compañeros que el señor del dinero
trae para debilitarnos, si conseguimos que se unan a nosotros, en
realidad nos habrán fortalecido. Saliéndole al susodicho el tiro
por la culata.
Esas son nuestras cartas
y la partida está abierta.
Juanma.