domingo, 28 de abril de 2024

LA ÉLITE



El relato más extendido del porqué estalló la 1ª G. M. es que un nacionalista serbio le pegó un tiro al heredero del imperio austrohúngaro. Aunque, dada la chulería que se gastaban las noblezas y teniendo presente que no eran ellos los que iban a morir, es muy creíble que por algo así se liaran a cañonazos, lo que cuesta es creer que las cosas llegaran donde llegaron con Alemania y la Gran Bretaña como principales abanderados de uno y otro lado del enfrentamiento.

Lo cierto es que el Reino Unido durante todo el S. XIX era el dueño absoluto de la producción industrial, pero la fundación de Alemania supuso una grave competencia paraII la hegemonía británica. Adicionalmente y puesto que no hay potencia industrial sin una holgada fuente de materias primas, la competencia también se estableció por el dominio de colonias que las garantizasen. Estas serían las verdaderas causas del conflicto.

Sin embargo, para una comprensión completa de las causas del conflicto tendríamos que hablar de familias, entorno a cuyos intereses se estructuran las naciones y no a la inversa como suelen narrarnos, adornando el tema con exaltaciones nacionalistas que, aprovechando la necesidad de pertenencia con que se manifiesta el natural gregario de nuestra especie, garanticen que el pueblo vasallo esté dispuesto a morir defendiendo la nación, es decir, los intereses de esas familias.

La denominada “Gran Guerra” dejó muy claro a las burguesías o familias dominantes, la imposibilidad de una hegemonía absoluta al estilo de la inglesa durante el S. XIX, sumiendo al sistema económico capitalista en una inseguridad sin precedentes. Pero fue la revolución Rusa, como verificación de que un mundo sin esas burguesías es posible, lo que les puso los pelos de punta y, presas del pánico, alentaron y financiaron a unos cuantos psicópatas alemanes, seguidores de Mussolini que, como este, prometían acabar con los socialistas de cualquier pelaje sobre la faz de la tierra. A esa demencial cruzada antisocialista la denominan 2ª G.M.

Lo que no esperaban es que los revolucionarios pudieran desplegar un estado coherente y capaz de desarrollar un sistema de producción que fabricaba tanques y aviones en tal cantidad y calidad que acabó pateando el monstruoso intento, por parte de las potencias burguesas, de destruir la incipiente materialización de lo que ellos consideraban una utopía, es decir, un estado sin el cruel dominio de los capitalistas.

Así las cosas, no les quedó más remedio que admitir alternativas a su poder e, intentando simular los derechos que el socialismo garantiza a los ciudadanos, inventaron por un lado la “sociedad del bienestar” y por otro el ”Mundo Libre” como denominación para el conjunto de países que acataban sus directrices, y tras el que pudieran camuflase para continuar con sus criminales trapicheos.

Paralelamente, y en consonancia con su liberalismo, pusieron en marcha un proceso de “descolonización” que consistía en sustituir a los gobernadores y fuerzas imperiales por gobiernos títeres que si no hacían lo que les mandaban, los hundían promoviendo y subvencionando golpes de estado o guerras artificiales.

Las consignas para uso común también cambiaron, ahora sus vasallos no se dejaran matar por una nación sino por la “Libertad”, sin siquiera tener claro si esa libertad se refiere también a lo personal o solo al mercado. Inmediatamente, el primer objetivo que se plantearon fue imponer su cultura monetarista. Esta consiste en que nada escape al control del dinero, de manera que, siendo ellos, esas élites, las que manejan la ingeniería financiera, nada escape a su control. El invento les ha funcionado hasta que el nuevo sistema colonial ha empezado a desmoronarse, dejando al pretendido sistema de “libre mercado” mostrando, entre andrajos, los alambres del monigote. Y en esas estamos.

Hoy en día para denominar al conjunto de familias económicas que, empezando por Europa, acabaron dominando el mundo, se suele utilizar el término “élite”. Su uso ha ido creciendo en paralelo con el de “globalización”. Podría entenderse que, dada la evolución social y técnica en la que estamos inmersos contraria a sus intereses, las viejas burguesías nacionales hubieran decidido globalizar, además del sistema defensivo que ya lo está desde el final de la 2ª G.M, un sistema común de represión económica sobre los países díscolos.

El requisito básico para ser considerado del mundo libre es la “separación de poderes” y, como mínimo, la elección universal y periódica del “poder legislativo”. Sin embargo, en ningún caso la élite es fruto de plebiscito alguno, es más, hay quien sostiene que son los mismos desde que los patricios romanos huyeron a Venecia. Es lógico, ellos no son una propuesta o una alternativa, son los que pagan, es decir, los amos de la riqueza y esta no se obtiene de elecciones, derechos, libertades y demás zarandajas, es, según las élites, fruto de la “la libre competencia, la libre iniciativa y la propiedad privada”. El suyo, parecen afirmar, es otro mundo y tienen mucha razón, efectivamente se trata de otro mundo que, como aquellos cuya riqueza se basaba en la esclavitud o el servilismo, debe desaparecer para que la sociedad continúe avanzando.

Por poco que intentemos resumir la situación actual, nos encontramos con un número creciente de países que se niegan a obedecer las normas de la élite y siguen sus propios caminos hacia el progreso. Para ello lo primero que hacen es crear un estado fuerte, capaz de orquestar ese progreso, algo que se opone frontalmente a la élite que necesita estados débiles a los que pueda manejar según sus intereses.

Resumiendo todavía más, se trata de más recursos que hagan fuerte la estructura estatal o más desorden en el que la élite siga campando a sus anchas, es decir, llevándose la mayor parte de esos recursos.