jueves, 14 de septiembre de 2023

EL CUENTO DE LAS PATATAS

 

Es fácil toparse con listados de naciones clasificadas por su riqueza. Si en uno de esos actos de ingenuidad, en los que solemos caer los legos en casi todo, intentamos entender los criterios con los que han sido elaborados, acabamos en la curiosa conclusión de que los economistas viven en otro mundo, uno de esos otros mundos pero que están en este.

Es un mundo, el de los economistas, en el que una nación donde cientos de miles de personas pernoctan en las calles, en que un alto porcentaje de la población no tiene cobertura sanitaria alguna, está clasificada como la más rica. Un mundo en el que las naciones verdaderamente más ricas, pues son las que disponen de las materias primas, son las peor clasificadas.

Resulta que, dicho con las mínimas palabras, esos criterios se basan en calcular la riqueza neta de un país y luego dividirla entre la población... le llaman “renta per cápita”. Aplicando esa lógica, seria posible hacer la siguiente y desquiciada pregunta: sí yo tengo diez euros y mi vecino cien, ¿se puede decir que yo dispongo de cincuenta y cinco euros? Sin embargo, la realidad que observamos es mucho más desquiciada , es decir, cuentan las patatas que hay en la cesta, las dividen entre la gente que ha participado en conseguirlas, y nos aseguran que somos tanto así de ricos, pero el dueño se lleva las patatas porque el cesto es suyo y el resto se queda con un palmo de narices, y como pago a su participación, un par de patatas de las desechadas para la cesta. A la gente de a pie lo único que nos indica la “renta per cápita” es lo ricos que pueden llegar a ser los ricos.

En ese otro mundo paralelo está claro que un país rico es el que proporciona buenas condiciones para los negocios, mientras que en el mundo de la gente corriente, un país rico es el que proporciona condiciones de prosperidad a toda la población. Un país donde, aun y a pesar de tener trabajo, hay gente que se ve obligada a vivir en la calle, por más altos que sean los beneficios de sus empresas o buenos sean los resultados en la bolsa, no se puede considerar rico.

Ni siquiera el concepto de país es el mismo. Para los que tenemos que ir a trabajar cada mañana, el país es un colectivo de gente que se esfuerza en mejorar sus niveles de bienestar, empleando su propio esfuerzo y para cuyo funcionamiento solo es necesaria la solidaridad colectiva. Pero, en el universo de los economistas, un país es la parcela o parte del territorio propiedad de determinadas “élites” donde proyectan sus negocios y guardan los beneficios, y para cuyo funcionamiento es necesario que la población renuncie al control de sus propios esfuerzos.

Si de lo que se trata es de comprender la realidad en que vivimos y, a partir de ahí establecer la estrategia y las tácticas adecuadas para conseguir un mundo sostenible, es evidente que las herramientas que nos proporcionan no sirven, sencillamente, porque son de otro mundo.

Hay organismos que establecen los “umbrales de la pobreza”, se trata de calcular la cantidad de gente cuyos ingresos están por debajo del 60% de los ingresos medios de toda la población. Algo así solo sirve, como mucho, para hacer rimbombantes discursos. El tipo de soluciones que ofrecen se limitan en tapar los agujeros. Sin embargo, no es tapando agujeros como se consolida un país, lo necesario es construir de manera que esas fallas no se produzcan. Más interesante resultaría calcular el “umbral de la riqueza”, se trataría de establecer la linea a partir de la cual nuestro trabajo sí es riqueza, una línea por debajo de la cual ni siquiera es posible hablar de naciones o países consolidados sino de territorios controlados por unas pocas familias económicas. Es muy difícil consolidar un país, donde la gente se sienta segura, mientras una parte del colectivo no puede o tiene dificultades para llevar una existencia digna.

Podemos hablar de riqueza cuando el cien por cien de la población dispone de alojamiento, asistencia sanitaria, educación y empleo en condiciones dignas, y puesto que cien entre cien es igual a uno, podríamos hablar de una nación rica si cada uno de los cuatro ítems mencionados diera uno y por lo tanto su calificación fuera de cuatro. Hasta no alcanzar ese “umbral de la riqueza”, todo la economía y los economistas, debieran girar entorno al objetivo de obtener esa calificación.

Dependiendo de la percepción de riqueza que tengamos, orientaremos nuestros esfuerzos hacia unos derroteros u otros Sí estoy convencido que mi país es rico, mi incidencia social, sea del tipo que sea, será conservadora, de apoyo al actual estado de cosas. Sin embargo, si por razones evidentes, mi convencimiento es el contrario, mi empeño será progresista, estimulando el cambio. De ahí el ahínco que ponen los que controlan la economía en convencernos que vivimos en un país rico. De imponernos sus métodos que resultaran útiles para sus negocios, pero que resultan completamente falaces para la gente de la calle.

Se puede argüir que las leyes ya contemplan métodos de redistribución de la riqueza, y es posible que así sea, pero todos sabemos que, cuando menos, las dotaciones económicas que las pueden hacer realidad son claramente insuficientes y están sometidas a toda clase de corruptelas y privatizaciones. Es decir, resulta evidente la necesidad de aumentar los impuestos a los beneficios hasta que se cubran esas necesidades para toda la población. Conclusión exactamente contraria a la que se llega, si nuestro análisis parte de que el objetivo es el máximo beneficio y utilizamos los baremos planteados por los economistas.

No obstante, para que la presión social sea capaz de forzar el incremento del gasto social y se acabe con la corrupción, será preciso que la gente asuma ese “umbral de la riqueza” como algo ineludible, y, de la misma manera que nos indignaría ver a niños trabajando, nos indignemos cuando veamos a personas realizando trabajos de los que alguien sacará un beneficio, pero que a ellos no les dará ni para un alojamiento digno.




domingo, 2 de julio de 2023

DOCE AÑOS DESPUÉS

          Todo el mundo sabe que, a día de hoy, las organizaciones de izquierda están inoperantes.

Todo el mundo sabe que la razón de la inoperancia de las organizaciones de izquierda se debe a que han admitido entrar en el juego de la democracia liberal, aún y a sabiendas de que es un juego donde gana la Banca o se rompe la baraja.

Todo el mundo sabe que el entusiasmo con que las clases trabajadoras apoyan a sus organizaciones se viene abajo cuando estas entran en el juego de la democracia liberal. Lo cual alegra sobremanera a las formaciones de derechas, puesto que es la garantía de que, la izquierda, nunca alcancen la hegemonía en el gobierno porque sus representados, en un acto de lucidez que sus partidos no tienen, se niegan a entrar en el juego y dejan de votar.

Todo el mundo sabe que cuando uno se mete en “camisa de Once Varas” acaba protagonizando vergonzosos espectáculos cómo el que estamos viendo interpretar a los universitarios que abanderaron el ímpetu que las clases populares sacaron a la calle durante el año 2011.

Está claro que aquel clamor exigía un cambio de paradigma, es decir, redactar de nuevo las reglas del juego. Sobre todo las que posibilitan a la Banca ganar sí o sí, y las que permiten destinar miles de millones a sostener instituciones que no sirven para nada. Si nos atenemos a lo que estamos viendo, aquella montaña de indignación solo parió un ratoncillo con el que, hoy por hoy, el colosal gato del poder mediático se entretiene.

Desde la perspectiva actual es fácil llegar a la conclusión de que se ha malbaratado todo el entusiasmo puesto por la gente, es decir, que esa no era una solución de continuidad para aquel rotundo movimiento. Desde la perspectiva actual, para aquellos que conservaron la fe y fueron a votar, es fácil caer en la desesperanza, argumentando que “... todos los políticos son iguales. Da lo mismo lo que hagamos, no vale la pena.” Visto lo visto se quedan en el sofá y buscan películas, ni siquiera quieren saber qué está pasando, prefieren, como las avestruces, meter la cabeza bajo tierra.


Lo bueno del caso es que, conforme la iniciativa de aglutinar aquel movimiento en una organización que consiguiera tantos votos como indignados tomaba cuerpo, hubo voces que presagiaban lo peor, es decir, lo que está pasando. Pero nadie, o muy pocos, les hicimos caso. Y así nos va. Llegados a este punto, hay que tragarse el marrón, recoger el fracaso, ponerlo encima de la mesa y preguntarse qué ha pasado, cómo ha sido posible que todo quedara en las payasadas que nos muestran los medios.

Habrá que analizar aquella efervescencia con más ahínco, utilizar perspectivas más cortas, más asequibles. Bien pudiera ser que no se tratara de potencia real, sino de simple energía. En el mismo sentido que la electricidad en si misma solo es un fenómeno, como la luz del sol o un caudal de agua o viento. Si queremos sacar algo útil de esos fenómenos, es decir potencia, hay que aplicarles dispositivos específicamente diseñados, como un motor, una bombilla, una rueda hidráulica o las aspas de un molino.

Esta perspectiva explicaría la profunda decepción que sufrimos muchos cuando nos vimos todos juntos, con las ganas y el coraje suficiente, es decir, con toda la energía necesaria, pero sin ningún dispositivo al que aplicarla. No faltaron intentos de poner en marcha alguna forma de vehículo que nos permitiera aprovechar aquel derroche de energía, Pero esas cosas no se hacen de la noche a la mañana, es más, cuando se buscan soluciones rápidas e improvisadas suelen salir “churros”, por utilizar una expresión proletaria.

El único dispositivo que apareció fue una furgoneta volkswagen de los años cincuenta pintada con un arco iris y cargada de alegres, guapos y sesudos universitarios. A la mayoría nos dio la risa y pensamos que no llegarían muy lejos con semejante vehículo y sin embargo, ahí están, en el gobierno. Pero, aún y reconociendo el mérito de llegar hasta ahí, así como ciertos amagos a la izquierda en las leyes promulgadas, cabe preguntarse si era esto, espectáculo incluido, lo que queríamos.

El paradigma que se basa en el máximo beneficio sigue vigente y hasta reforzado. Los bancos siguen sin devolver el dinero público que se les prestó y cobrando hasta por respirar. A la vez que ciertas instituciones siguen con sus pantomimas mientras se embuchacan miles de millones.

La decepción sería una reacción estúpida, en primer lugar porque doce años son un soplo en el tiempo social. Porque, a lo mejor, las cosas que ocurren tienen que ocurrir para que nos las creamos. Pero, sobre todo, porque aquel alarido de indignación no fue inútil. Sin duda llegó donde queríamos que llegara y se asustaron hasta el punto de consentir la presencia en el gobierno de los que quedaron como único resultado tangible de aquellas movilizaciones. Lo cual no es poco sabiendo como se las gasta el tal Once Varas.

Dos cosas parecen haber quedado claras, la primera es que los paradigmas, los modelos sociales no cambian ni con movilizaciones, ni con más o menos votos, y la segunda es que de nada sirve la energía si no contamos con un dispositivo capaz de convertirla en potencia de cambio. Habría que añadir una tercera y es que las ideologías son como los gases, tienden a ocupar todo el volumen social, de tal manera que cualquier abandono por la izquierda es inmediatamente ocupado por la derecha.

A las chicas y chicos del volkswagen hay que decirles que ya nos hemos comido el pescado y volvemos a tener hambre, de manera que, la próxima vez, más vale que nos enseñen a pescar. Hay que decirles que efectivamente necesitamos toda su ciencia, recordarles, de paso, el detalle de que la pagamos nosotros y no precisamente para que salgan bonitos por la tele, sino para que se pongan a nuestro lado y apliquen sus doctorados a la difícil tarea que nos espera: construir ese dispositivo capaz de recoger la indignación y convertirla en avances sociales.




jueves, 4 de mayo de 2023

UN ARMARIO LLAMADO CABEZA

Un armario que básicamente tiene dos cuerpos o compartimentos, el “consciente” y el “inconsciente”, sin que ninguno esté a la derecha o izquierda del otro, ni arriba o abajo, ni antes o después. Los diferenciamos porque el consciente, donde se aloja lo aprendido, es directamente accesible. Mientras que el inconsciente, donde se alojan las huellas de lo no aprendido, no es directamente accesible.

Aprender, entre otras muchas cosas, es tomar conciencia de algo, darle nombre a nuestra experiencia. Si tengo hambre me alimento, si estoy cansado descanso, si no entiendo algo lo estudio, si me aburro inicio alguna actividad. Nuestro sistema nervioso detecta carencias a las que, recurriendo a lo aprendido, es decir al “consciente”, intentamos solucionar. No obstante, la realidad es mucho mayor de lo que podemos aprender, de manera que se abre un enorme espacio donde radican las huellas, sin duda reales, de las experiencias sin nombre. Cuando la carencia detectada procede de esa región no tienen nombre y, en consecuencia, no sabemos de que se trata, no tenemos forma de satisfacerla.

El no poder resolverlas nos produce una angustia que, en algunos casos, puede hacer necesaria la intervención de especialistas capaces de concienciar esas carencias, de manera que el interesado las resuelva. De hecho, esos especialistas trasladan el problema, en ese armario del que hablábamos, del compartimento inconsciente al consciente.

Sin embargo, desde una perspectiva histórica, hasta hace muy poco tiempo, el concepto actual de “inconsciente” ni siquiera existía, de manera que era imposible racionalizar o concienciar, ninguno de sus contenidos. Aún, hoy en día, la inmensa mayoría de la población del planeta, ya sea por razones económicas, culturales o religiosas, no puede, o no quiere, admitir que esa infinitud sea “inconsciente”. No obstante y puesto que esa galaxia que el racionalismo llama el “inconsciente” es innegable, aunque partamos de posturas no racionales, es necesaria una explicación, una razón de ser, para explicar esa realidad que, como la atmósfera, pesa sobre todos nosotros.. Es entonces cuando aparece el concepto “espíritu” o “alma”, como un doble inmortal e inmaterial de nosotros mismos.

Esta manera diferente de plantear el tema, sustituye la pareja consciente e inconsciente por la pareja cuerpo y espíritu. Siendo el cuerpo el compartimiento de todos los sufrimientos y el alma de todas las consecuencias, buenas o malas. Ambas partes son estancas entre si, de manera que el desmesurado volumen de lo espiritual permanece incomprensible en un infinito por el que los humanos deambulamos sin esperanza ni orden alguno, necesitados de un relato que relaje la angustia de sentirse perdidos.

Es entonces cuando aparecen los libros “sagrados” con la descripción “revelada” del universo y su razón de ser. Paralelamente aparecen los sacerdotes que nos guían a través de esos enigmáticos textos que, fruto de una revelación milagrosa al profeta correspondiente, no tienen ninguna base racionalmente creíble y, por lo tanto, la única forma de entenderlos es a partir de la fe en las interpretaciones que el guía o sacerdote de turno nos proporcione. Y la fe, todo y siendo una gran virtud pues nos proporciona la valentía de persistir en nuestros proyectos, no es en absoluto un buen método de hacer consciente o aprender algo. Sencillamente porque la fe no contempla el análisis, que es la base de todo aprendizaje.

Vale la pena comentar una situación tan frecuente como las reuniones entre hermanos ya independizados del cobijo materno, y en las que suele evidenciarse la existencia de esos dos compartimentos en cada uno de nosotros.

Tu hermana o hermano es la persona que caminó junto a ti a lo largo de la infancia y adolescencia, que aprendió a vivir y desear al mismo tiempo que tú. Es el amigo que más tiempo lleva ahí. Tanto es así que si no disponemos de ellos en casa, los buscamos fuera ya sea en el colegio o en la plazoleta donde vamos a jugar. Aunque hayamos crecido y nuestras vidas diverjan, siempre serán nuestros iguales, con los que disputamos inmisericordes cada centímetro cuadrado de nuestro universo. Sin embargo, son típicos los encuentros entre hermanos, que suelen ser alegres eventos que terminan en las mismas trifulcas que cuando éramos niños.

Este fenómeno evidencia muy bien esos dos compartimentos del armario. Es lógico que nos proporcione alegría porque nuestro consciente nos dice que el mundo alegre de nuestra infancia sigue vivo y nos disponemos a disfrutarlo. Sin embargo, al juntar nuestras conciencias donde, como es lógico habremos guardado todo lo positivo, también, ineludiblemente, habremos vuelto a unir las huellas de un inconsciente que, ahora completo, reproduce las condiciones en que desarrollamos nuestro carácter, es decir la competencia feroz que se establece entre los hermanos, cuando eran pequeños, por capturar la atención de los padres, cuya presencia será latente, de la misma manera que lo es la del artista en una exposición retrospectiva de su obra. Así se explicaría la facilidad con que se pasa del cariño a la hostilidad y viceversa, en ese tipo de reuniones filiales, si no se ha conseguido, en un acto de madurez, tomar conciencia de aquellas vivencias,



domingo, 26 de marzo de 2023

NO ES SOLO UN JUEGO

 

El juego suele definirse como un impulso natural y espontáneo del niño que alimenta el aprendizaje, siendo un instrumento esencial en el día a día de las criaturas para explorar, manipular y experimentar. La mayoría de las veces, se presenta como un factor auxiliar del 'aprendizaje', como si hubiera manera de 'aprender' que no sea a través de un juego.

Cuando una madre estimula el impulso del bebé para desplazarse como los adultos, invitándolo a venir con los brazos abiertos, no le está exigiendo que ande, simplemente es una simulación, un juego entre madre e hijo a través del que aprenderá a andar. A ese acto pedagógico básico, enseñar a andar, también podríamos denominarlo el 'juego de andar'. Igualmente un profesor que enseñara a sumar diciéndole a los párvulos que sí a dos manzanas le unimos dos más tendremos cuatro manzanas, de hecho, podríamos decir que está jugando con sus alumnos, en el papel de 'profe', al juego de las manzanas, pues éstas son totalmente imaginarias. De la misma manera si yo pretendo explicar que presión es igual a fuerza dividida por superficie, lo que pongo en la pizarra es una formula cuyos términos son sustitutos de los fenómenos reales en la imaginación del alumno, por el mismo proceso psicológico en que un un palo torcido sustituye a una pistola en la imaginación de la criatura. Proyectando el tema, es de todos sabido que cuanto más se practica una habilidad más hábiles nos hacemos, es decir, cada vez que aplicamos lo aprendido con un juego éste se reproduce y nos proporciona mayor conocimiento, mayor habilidad. Efectivamente, son dos caras de la misma moneda, no es posible aprender sin jugar y no es posible jugar sin aprender.

Como suele decirse “doctores tiene la iglesia” que analizan y organizan este fenómeno, no obstante, con las intuiciones expuestas es posible afirmar que, un juego nunca es sólo un juego.

La satisfacción de haber aprendido algo, de decir “esto no lo sabía y ahora si”, es muy similar a la de culminar con éxito, tras repetidos intentos, los retos planteados por un juego. Es más, cuando un aprendizaje no da esa satisfacción en paralelo con lo aprendido es que no está bien planteado, es decir, el método de aprendizaje, el juego de simular la realidad para aprenderla resulta farragoso y difícil de localizar en la realidad. Un chaval o adulto puede presentar resistencia para entender la trigonometría, salvo que pueda ver o disfrutar alguna de las ventajas que aporta su aplicación a la realidad.

A su vez, hay que señalar que el juego es una puerta abierta por donde entran los mandatos sociales, es decir, la ideología dominante. Si juegan, por ejemplo, a “patrullas” alguno jugará en el papel de jefe, reproduciendo las referencias que tiene de esas personas, mientras que el resto se limitará a hacer lo que el jefe les diga, aprendiendo a prescindir de su libertad o capacidad para decidir. Así empiezan a entender y admitir cuales son las características, hoy en día, de la mayoría de empresas humanas. En el sentido ideológico el ejemplo más recurrido es el de los roles de género, y la rigidez con que los chavales suelen aplicarlos a sus juegos.

Podemos concluir que cualquier juego tiene un componente lúdico y otro didáctico y, partiendo de ese convencimiento, preguntarnos en qué consiste la parte didáctica de los ”juegos de guerra”, machaconamente promocionados desde portales digitales, teóricamente dedicados al entretenimiento y muy frecuentados por jóvenes y adolescentes. Desde el punto de vista lúdico no pasan de ser una mezcla de “comecocos” con el “gato y el ratón”. Y es que una guerra es precisamente eso, contrincantes que se buscan para matarse.

Desde la perspectiva didáctica, el mismo hecho de plantear la guerra como motivo lúdico es propio de sociópatas, salvo que el componente didáctico consista en aprender a matar y morir, en cuyo caso, tratándose de productos comerciales destinados mayormente a la juventud, estaríamos hablando directamente de delitos. En cualquier caso, se trata de una exaltación de la violencia cuyas influencia o enseñanzas no son en absoluto recomendables ni personal ni socialmente.

Se trata de productos extraordinariamente bien acabados y precisos que, en el colmo de la falta de respeto, plantean los escenarios reales del dolor y el horror que padecieron miles de personas, como tablero de un juego “para divertirse”. Escenarios que, sin vergüenza ninguna, adornan con músicas estimulantes y con toda clase de detalles dudosamente humorísticos. Los vídeos promocionales y los “podcasts” especializados suelen estar presentados por graciosos, en la peor acepción de la palabra, que gesticulan como criaturas y hablan de terroríficas armas perfectamente simuladas, como si fueran juguetes dispuestos en la estantería para que el usuario escoja. Para que se sienta como si realmente las estuviera manejando, sin mencionar los tremendos esfuerzos que ese manejo supone.

¡Toma! ¡Lo he reventado!” –Exclama con alegría infantil el gracioso de turno cuando da en el blanco, sin la más mínima empatía por las vidas que ha destrozado. De igual manera, cuando es alcanzado exclama un despreocupado “¡Mierda!” y se busca otro tanque en esa estantería que tan espléndidamente ofrece el juego. Ignorando completamente lo terrible que puede ser morir en la ratonera de un carro de combate.

–“¡Que bestia! ¿Has visto como ha chafado el árbol?” –Comenta alegremente el pobre chalado que se gana la vida de forma tan penosa, por más dinero que gane.

Son productos muy sofisticados, cuyo desarrollo supone la intervención de un gran número de especialistas cualificados, así como medios técnicos carísimos y, en consecuencia, exigen patrocinadores que aporten los grandes recursos económicos necesarios. ¿Son conscientes estos inversores de lo qué es un juego? De la responsabilidad que asumen cuando presentan la guerra como un alegre e inofensivo juego de niños. ¿Hasta tal punto han abandonado sus responsabilidades sociales? Realmente es escalofriante darse cuenta hasta que límite están llevando aquello de “... yo he montado una empresa para ganar dinero, no para beneficiar a la sociedad.”




lunes, 13 de febrero de 2023

EL ESTABLO DIGITAL.

Estamos en sus manos. Lo hemos estado siempre, pero gracias a la tecnología ahora lo estamos más que nunca. Y la cosa no va a parar. Como alucinar es gratis, ellos ya están pensando en el establo digital. Lo terrible es que sus alucinaciones suelen hacerse realidad porque tienen mucho dinero.

En según que contexto es necesario establecer quienes son “ellos” para evitar confusiones. “Ellos”, en este texto, son aquellos a los que les va bien esté quien esté en el gobierno. En contraposición al “nosotros” es decir, a los que nos va mal, esté quien esté en el gobierno.

El ganado, las bestias eran la fuerza de trabajo de la que disponían los campesinos, de la misma manera que nosotros, los trabajadores, somos la fuerza de trabajo de la que disponen ellos.

Un establo es el lugar donde se guarece a las bestias para que coman y descansen. Para que coman la cantidad y calidad mínima que el amo calcule necesaria para sus expectativas de producción. Igualmente el descanso del animal dependerá de las necesidades del amo que no dudará en reventarlo si fuese necesario para la producción que tenga comprometida. De manera que el costo de la fuerza de trabajo se reduce al valor del pienso y el mantenimiento físico del establo, amén de alguna que otra intervención del veterinario. La educación de los animales está implícita en su biología y el payes tan solo ha de preocuparse de que se habitúe a los aparejos.

El establo humano también lo tienen organizado por medio del “estado” que es una especie de capataz siempre vigilante para que nadie se salga del redil. Ese redil consiste en núcleos de población donde, teóricamente, se pretende garantizar el acceso a la comida, a la vivienda, a la salud y a la educación. Es decir, lo mismo que a los animales en sus establos.

Ahora bien, los costes del establo humano son exageradamente altos con respecto a los del establo animal, lo que va en detrimento de sus ganancias Tanto es así, que una de sus fantasías más recurrentes es sustituirnos a todos los niveles por robots, tal como los peyeses sustituyeron a las bestias por máquinas.

Sin embargo, ellos admitirían esos costes sin dificultad, pues los exorbitados beneficios que obtienen se lo permiten holgadamente, los problemas que los acucian son otros:

*A diferencia del ganado, los trabajadores tienen conciencia tanto individual como colectiva, saben lo que hacen y, en un momento dado, pueden dejar de hacerlo. Así como una tendencia muy pronunciada a mejorar su “nivel de vida”.

*Es necesario un largo y costoso proceso de aprendizaje que los capacite para desarrollar el empleo que se les solicite, pero que también los capacita para otros cálculos e incluso para implementar proyectos propios.

*Su salud es muy delicada y los costes de sostenerla son muy altos. Tanto que a ellos se les hace la boca agua cuando ven las cifras y cada vez presionan más para sacar tajada, obligando a los políticos a privatizar los servicios más rentables.

*Fuera del lugar de trabajo es muy complicado controlar nuestros movimientos y en qué nos gastamos el sueldo. También les es muy complicado sostener los niveles de población, cosa que con el ganado lo tienen resuelto con la inseminación artificial. Pero, sobre todo, temen que, en ejercicio de nuestra libertad, podamos apoyar opciones políticas que limiten sus beneficios.

Aunque estructuralmente ambos establos son idénticos, sus contenidos son muy diferentes. El contenido del establo animal es sumiso y sin iniciativa ninguna, se mantiene en los rigurosos margenes que el amo señala, sin plantearse qué puede haber más allá. Y ese es el ganado ideal para ellos, el más rentable. Y ese es el empeño social en que más recursos emplean, en conseguir que el establo humano se parezca cada vez más al establo animal.

Es decir, se trata de desposeernos de las cualidades humanas que nos diferencian del ganado:

*Exacerbar el individualismo para acabar con la percepción de colectivo.

*Desmotivar el esfuerzo y la búsqueda, para acabar con la imaginación.

*Fomentar la violencia como solución a los problemas para acabar con la solidaridad.

*Fomentar el miedo que paraliza la iniciativa para que nos limitemos a obedecer y renunciemos a nuestra libertad.

Como siempre, ellos, los denominados burgueses, lo resuelven todo inventando y vendiendo máquinas. Y para el cometido que se proponen ya la tienen inventada, solo falta un periodo de ensayo y puesta a punto. Se trata de dispositivos, los teléfonos celulares, que simulan la realidad proporcionando al usuario la ilusión de invulnerabilidad y poder. El escaparate que el cacharro despliega parece que nos da acceso a todo. Cualquier necesidad, cualquier duda, cualquier deseo te lo resuelve sin esfuerzo ninguno, sin necesidad de pensar. Incluso ensayan sistemas que se adelantan y te ofrecen aquello que ni siquiera sospechas que necesitas, para que no tengas que pensar en nada y así, poco a poco, perdamos hasta esa facultad, la de pensar en lo que necesitamos: ¡ya nos lo dirá “Google”!

No parece que el instrumento les esté fallando, no hay más que pensar en la imagen del ganado asomado cada uno en su retícula y compararla con la imagen, tan habitual, de la gente asomada cada uno a su celular. El aparatito permite tenernos amontonados y perfectamente aislados. Todo un invento.

Y si esas imágenes no son suficientes pensemos, ahora que todavía somos capaces, en la toma del congreso USA. Todo, desde la agitación hasta las consignas se divulgaron a través de esos aparatos y la gente no solo obedeció como el ganado, sino que procuraba tomar su apariencia, con cuernos y todo.


miércoles, 23 de noviembre de 2022

CONTRACULTURA

En el terreno cultural hubo épocas de alegría, vitalidad e independencia hoy en retroceso. Falta atrevimiento, base de los avances, que necesita medios, concentración, estudio, tiempo de maduración. Lo contrario  de lo que hoy ofrece el mercado.

Pepe Rivas.


      Con frecuencia vemos aparecer la palabra “contracultura” en los medios y en las conversaciones impregnada de cierto halo nostálgico, como algo que fue pero ya no es. Parecido a la juventud que cuando quieres darte cuenta ya no está, algo que ocurrió en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Tras dejar clara esa añoranza, como si fuera una señal de identidad, suelen elaborarse más o menos sesudos análisis de las razones que la hicieron desaparecer.

Si existe algo a lo que llamamos “contracultura”, es imprescindible que exista algo a lo que llamemos “cultura”. Es decir, todo parece indicar que la contracultura sería un reverso o cara B. En cualquier caso, una rama o parte de la cultura. Profundizando en esta idea, cabría suponer que no hay cultura sin contracultura y viceversa.

Desde siempre, cuando los recursos producidos no son suficientes, y a pesar de los conflictos que esa situación plantea, en un plazo no muy largo resulta un motor de progreso, ya sea colonizando nuevos territorios o mejorando esos métodos de obtener recursos. De la misma manera en el campo cultural, cuando las ideas convertidas en intereses de mercado con forma de libros, películas, prendas de vestir, dispositivos electrónicos y hasta tipos de maquillaje saturan su “mercado”, y los beneficios obtenidos son insuficientes, el mercado cultural se ve obligado a buscar nuevos territorios, es decir, a poner cosas nuevas en el bazar para que el nivel de beneficios se sostenga.

Ese poner “cosas nuevas” no es tan fácil como pudiera parecer, y puede conllevar duros conflictos con la cultura oficial, que es la permitida y costeada por la clase dominante. Si esa clase, en defensa de sus intereses ideológicos, consigue esconder o bloquear la aparición de nuevas formas que socaven su dominio en el mundo de las ideas, lo que conseguirá es el estancamiento del negocio cultural y dejar sin el único método, el de las “modas”, del que hace uso la mayor parte de la clase trabajadora para sentirse integrada. Si, por el contrario, es la clase trabajadora la que consigue imponer su criterio, siempre en paralelo con alguna algarada social, el bazar se llenará de “cosas nuevas” que sostengan e incrementen sus beneficios y, a la vez, las clases trabajadoras podrán seguir adormecidas en ese espejismo de integración que proporciona el “estar a la moda”.

De hecho, no ha desaparecido nada, salvo la juventud de los que en aquellos momentos solo podían hacer “contracultura”, pero que en la actualidad, no es que hayan sido absorbidos por el mercado de la cultura, simplemente los han sacado del trastero y los han puesto en el escaparate, ocupando el hueco dejado por las ideas que ya no venden. Esa es la razón por la que, hoy en día, la “cultura oficial” no envía directamente a la hoguera a todos esos vanguardismos confeccionados por cuatro genios incomprendidos y sin un céntimo en el bolsillo. Los necesita para disponer de “cosas nuevas”.

Así pues, “contracultura” ha existido siempre, no hay más que pensar en el romanticismo, en los impresionistas, en el surrealismo, en la generación beat, en el movimiento hippie, en el “Mayo del 68”, en la ola del heavy o del punk… cuyos productos, tan vilipendiados en su momento, lucen ahora junto a las obras clásicas, en el “merchandising” de todos los museos. Se trata de un mecanismo con dos objetivos, por un lado mantener el beneficio y por otro, garantizar modas que adormezcan el carácter rebelde que la injusticia económica incrusta en la clase trabajadora.

Esas añoranzas de las que hablábamos, resultan añoranzas, no de la contracultura sino de la porción de esta en que esos nostálgicos fueron protagonistas. Lo que de verdad añoran es su protagonismo. La contracultura sigue ahí y seguirá estando porque es una parte integral de la cultura. Otra cosa es que a los dueños de la cultura, les interese verla y presentarla como la alternativa y vanguardia de sí mismos.

Sin embargo, estos no son buenos tiempos para la lírica. La clase dominante anda metida en uno de sus típicos y criminales atolladeros, de los que siempre sale matando gente en alguna de las guerras que, como la contracultura, nunca le faltan. No, no están los tiempos para alternativas, todo lo contrario, presas del pánico que les produce la incertidumbre, se refugian en sus más reaccionarias ideas y si consienten y hasta subvencionan alguna alternativa, es de tintes fascistas. A los que, en estos momentos, sí plantean alternativas, como los “raperos” de todos conocidos, los meten en la cárcel o se ven obligados a exiliarse.

No se trata de un mecanismo que los mercachifles hayan inventado, es algo que han encontrado ahí, como la corriente de agua que aprovechan para producir energía, la contracultura es un daño colateral que no pueden evitar, de la misma manera que no pueden prescindir de los trabajadores. Son estos, precisamente, los que buscando sus propias formas de expresión, en ratos que les roban a otras necesidades y sin que les paguen un duro, los que producen la contracultura. Y es ahí donde la cultura “oficial” busca sus “vanguardias alternativas” cuando los beneficios se estancan.

De la misma manera que los mecanismos reguladores controlan el caudal de agua sobre la turbina, la cultura de la clase dominante controla los beneficios en el mercado cultural, publicitando más o menos productos contraculturales en función de sus intereses. Sobre todo a partir del “Mayo del 68”, esta es la forma como la burguesía aprovecha la inevitable producción contracultural, para mantener una oferta atractiva y puesta al día permanentemente.

Donde en el diccionario de la la RAE, definiendo la contracultura dice: “1. f. Movimiento social que rechaza los valores, modos de vida y cultura dominantes.”, debiera decir “Tendencia cultural que complementa los valores, modos de vida y cultura dominantes.”



jueves, 13 de enero de 2022

PARANOIAS EN LA RED

 

Una amiga me envía uno de esos videos o reportajes que suelen aparecer en las redes sociales, profusamente ilustrados con imágenes exaltando a la rebeldía y a la movilización, tengan o no, esas imágenes, algo que ver con el tema del que se trata. Son llamadas de pretendidos movimientos sociales que se oponen a cualquiera de las insuficientes medidas con que los gobiernos aspiran a controlar la epidemia de COVID. Pretendidos movimientos sociales en cuyas primeras filas vemos a todas las organizaciones de extrema derecha.

El reportaje del que hablo, como la mayoría de los otros sobre este tema, clama por una libertad abstracta, sin objetivo concreto y, en consecuencia, fácilmente manipulable. Parece que no entienden los límites que una situación de alarma social plantea a las libertades individuales. No comprenden que saltarse las mínimas y timoratas medidas antiCOVID que dictan los gobiernos, no es un acto de libertad sino una agresión al cuerpo social, un acto digno de sociópatas. Si, por poner un ejemplo, me niego a vacunarme estoy dificultando el camino para alcanzar cierta inmunidad general a las consecuencias más graves de la pandemia. Será por esa razón que no concretan los objetivos de esa libertad que reclaman, concretarlos significaría evidenciar los réditos políticos que pretenden obtener de la desgracia.

Por otro lado, no les importa insultar a nuestros padres presentando sus falacias, las de esos pretendidos movimientos, como herederas de aquellas luchas, las de nuestros padres, por la mas que razonable y nada abstracta libertad política. Llegan a utilizar imágenes del desembarco en Normandía, de Gandhi, de Martin Luther King, del derribo del muro de Berlín… Iconos todos ellos de luchas con objetivos bien definidos, que nada tienen que ver con las folclóricas algaradas de esos pretendidos movimientos sociales. Cuando se reivindica la libertad como un objetivo, sin señalar para qué es necesaria, se está ocultado el uso que se piensa hacer con esa libertad. Es como hablar de los encantos del viaje para ocultar su destino. Ese tipo de artículos o reportajes nunca aportan alternativas que den solidez a la protesta y dejen entrever qué uso se dará a esa libertad. Alternativas que señalen alguna vía para superar la tremenda realidad de cientos de miles de personas muriendo a causa del COVID.

Semejantes proclamas son una invitación a confundir el tocino con la velocidad y, evidentemente, encaminadas a fomentar desinformación, malestar, incertidumbre y miedo, un caldo de cultivo ideal para el fanatismo irreflexivo que permite manejar a la gente como si de un rebaño se tratara. La historia nos da ejemplos de las terroríficas consecuencias de inyectar socialmente miedo sin señalar y combatir las verdaderas causas. El factor común a todos esos episodios es que han sido difundidas por las clases dominantes y que, una vez han conseguido que el pueblo los secunde, han utilizado ese estado de malestar, provocado por ellos mismos, para emprender tremendas guerras sacrificando sin ningún reparo, las vidas del pueblo que les creyó.

Apoyándose en las distópias descritas en el cine, los cómics, los juegos informatizados y la literatura, tan machaconamente divulgadas por nuestros medios de difusión, el artículo nos amenaza, si no le hacemos caso, con un mundo de miserias, individualismo y violencia. Como si esa no fuera la exacta descripción de la actual sociedad capitalista, como si los contenidos de la novela de Orwell “1984” no estuvieran implementados desde hace ya mucho tiempo. Pero, sin empacho ninguno, en ese mismo artículo nos invitan encarecidamente a conservar lo que denominan “nuestras libertades”. Al igual que anteriormente hicieran con el uso de las mascarillas, los confinamientos, las limitaciones al contacto social, las vacunas o cualquier otra disposición para contrarrestar el avance de la epidemia, en la actualidad el punto de mira se centra en un documento conocido como “pasaporte COVID”. Se trata de una medida burocrática que, en teoría, permite establecer, también teóricamente, el nivel de inmunidad del portador del pasaporte, dato fácilmente extraible a partir de los historiales que nos proporcionan en “catsalut.gencat.cat”. Sin embargo, estos pretendidos rebeldes, nos lo presentan como el paso definitivo e irrevocable hacia una realidad social que hace ya tiempo padecemos: el exhaustivo y agobiante control del estado sobre los ciudadanos. ¿Qué información puede aportar el pasaporte COVID que no pueda extraerse de la declaración de hacienda, del expediente médico, de nuestra cuenta corriente o el historial de nuestro móvil?

Nos advierten, estos agoreros del mal fario, que una vez implantado ese totalitarismo tendremos que pedir permiso para todo, pero, ¿no es eso lo que hacemos para atender cualquier necesidad o deseo en todos los momentos de nuestra actualidad? Efectivamente, a nadie se le ocurre emprender cualquier acción sin consultar previamente si el nivel de su cuenta corriente le autoriza. La discriminación en el acceso a locales, servicios, etc, se establece por los precios. El verdadero control, como siempre, es y seguirá siendo el económico. Si pretendemos esquivarlo caerán sobre nosotros toda clase de castigos. Nuestro actual sistema económico, del que derivan el cultural y el judicial, perdona antes a un asesino en serie que al desgraciado ladrón de una gallina.

¿Qué clase de gente está interesada en esos mensajes tan falaces? Es evidente que para contestar esta pregunta es necesario buscar a quien saca beneficio de la situación. A poco que indaguemos y por humildes que sean nuestras herramientas, aparecerán las grandes empresas farmacéuticas que son una de los principales fuentes del poder económico de la burguesía. Sin embargo, estas poderosas industrias, en vez de aunar esfuerzos para erradicar semejante maldición, se enredan en una encarnizada pelea por sacar el mayor beneficio de la desgracia ajena.

Cabría suponer que las necias movilizaciones de las que hablamos están pensadas para que la gente se pierda en paranoias futuristas, en vez de atacar a las verdaderas causas de lo que está ocurriendo. Efectivamente urge la movilización y la rebeldía contra las injusticias, pero contra las actuales y reales. Injusticia es que millones de personas no tengan acceso a vacunas y tratamientos adecuados. Injusticia es que la administración no aumente las dotaciones humanas y técnicas, sobrecargando de trabajo al personal sanitario y estirando hasta lo imprudente las listas de espera…

El video de marras puede visualizarse en https://www.youtube.com/watch?v=A7CMWjexJow

Fuente: Google