domingo, 2 de julio de 2023

DOCE AÑOS DESPUÉS

          Todo el mundo sabe que, a día de hoy, las organizaciones de izquierda están inoperantes.

Todo el mundo sabe que la razón de la inoperancia de las organizaciones de izquierda se debe a que han admitido entrar en el juego de la democracia liberal, aún y a sabiendas de que es un juego donde gana la Banca o se rompe la baraja.

Todo el mundo sabe que el entusiasmo con que las clases trabajadoras apoyan a sus organizaciones se viene abajo cuando estas entran en el juego de la democracia liberal. Lo cual alegra sobremanera a las formaciones de derechas, puesto que es la garantía de que, la izquierda, nunca alcancen la hegemonía en el gobierno porque sus representados, en un acto de lucidez que sus partidos no tienen, se niegan a entrar en el juego y dejan de votar.

Todo el mundo sabe que cuando uno se mete en “camisa de Once Varas” acaba protagonizando vergonzosos espectáculos cómo el que estamos viendo interpretar a los universitarios que abanderaron el ímpetu que las clases populares sacaron a la calle durante el año 2011.

Está claro que aquel clamor exigía un cambio de paradigma, es decir, redactar de nuevo las reglas del juego. Sobre todo las que posibilitan a la Banca ganar sí o sí, y las que permiten destinar miles de millones a sostener instituciones que no sirven para nada. Si nos atenemos a lo que estamos viendo, aquella montaña de indignación solo parió un ratoncillo con el que, hoy por hoy, el colosal gato del poder mediático se entretiene.

Desde la perspectiva actual es fácil llegar a la conclusión de que se ha malbaratado todo el entusiasmo puesto por la gente, es decir, que esa no era una solución de continuidad para aquel rotundo movimiento. Desde la perspectiva actual, para aquellos que conservaron la fe y fueron a votar, es fácil caer en la desesperanza, argumentando que “... todos los políticos son iguales. Da lo mismo lo que hagamos, no vale la pena.” Visto lo visto se quedan en el sofá y buscan películas, ni siquiera quieren saber qué está pasando, prefieren, como las avestruces, meter la cabeza bajo tierra.


Lo bueno del caso es que, conforme la iniciativa de aglutinar aquel movimiento en una organización que consiguiera tantos votos como indignados tomaba cuerpo, hubo voces que presagiaban lo peor, es decir, lo que está pasando. Pero nadie, o muy pocos, les hicimos caso. Y así nos va. Llegados a este punto, hay que tragarse el marrón, recoger el fracaso, ponerlo encima de la mesa y preguntarse qué ha pasado, cómo ha sido posible que todo quedara en las payasadas que nos muestran los medios.

Habrá que analizar aquella efervescencia con más ahínco, utilizar perspectivas más cortas, más asequibles. Bien pudiera ser que no se tratara de potencia real, sino de simple energía. En el mismo sentido que la electricidad en si misma solo es un fenómeno, como la luz del sol o un caudal de agua o viento. Si queremos sacar algo útil de esos fenómenos, es decir potencia, hay que aplicarles dispositivos específicamente diseñados, como un motor, una bombilla, una rueda hidráulica o las aspas de un molino.

Esta perspectiva explicaría la profunda decepción que sufrimos muchos cuando nos vimos todos juntos, con las ganas y el coraje suficiente, es decir, con toda la energía necesaria, pero sin ningún dispositivo al que aplicarla. No faltaron intentos de poner en marcha alguna forma de vehículo que nos permitiera aprovechar aquel derroche de energía, Pero esas cosas no se hacen de la noche a la mañana, es más, cuando se buscan soluciones rápidas e improvisadas suelen salir “churros”, por utilizar una expresión proletaria.

El único dispositivo que apareció fue una furgoneta volkswagen de los años cincuenta pintada con un arco iris y cargada de alegres, guapos y sesudos universitarios. A la mayoría nos dio la risa y pensamos que no llegarían muy lejos con semejante vehículo y sin embargo, ahí están, en el gobierno. Pero, aún y reconociendo el mérito de llegar hasta ahí, así como ciertos amagos a la izquierda en las leyes promulgadas, cabe preguntarse si era esto, espectáculo incluido, lo que queríamos.

El paradigma que se basa en el máximo beneficio sigue vigente y hasta reforzado. Los bancos siguen sin devolver el dinero público que se les prestó y cobrando hasta por respirar. A la vez que ciertas instituciones siguen con sus pantomimas mientras se embuchacan miles de millones.

La decepción sería una reacción estúpida, en primer lugar porque doce años son un soplo en el tiempo social. Porque, a lo mejor, las cosas que ocurren tienen que ocurrir para que nos las creamos. Pero, sobre todo, porque aquel alarido de indignación no fue inútil. Sin duda llegó donde queríamos que llegara y se asustaron hasta el punto de consentir la presencia en el gobierno de los que quedaron como único resultado tangible de aquellas movilizaciones. Lo cual no es poco sabiendo como se las gasta el tal Once Varas.

Dos cosas parecen haber quedado claras, la primera es que los paradigmas, los modelos sociales no cambian ni con movilizaciones, ni con más o menos votos, y la segunda es que de nada sirve la energía si no contamos con un dispositivo capaz de convertirla en potencia de cambio. Habría que añadir una tercera y es que las ideologías son como los gases, tienden a ocupar todo el volumen social, de tal manera que cualquier abandono por la izquierda es inmediatamente ocupado por la derecha.

A las chicas y chicos del volkswagen hay que decirles que ya nos hemos comido el pescado y volvemos a tener hambre, de manera que, la próxima vez, más vale que nos enseñen a pescar. Hay que decirles que efectivamente necesitamos toda su ciencia, recordarles, de paso, el detalle de que la pagamos nosotros y no precisamente para que salgan bonitos por la tele, sino para que se pongan a nuestro lado y apliquen sus doctorados a la difícil tarea que nos espera: construir ese dispositivo capaz de recoger la indignación y convertirla en avances sociales.