martes, 27 de junio de 2017

PROPIEDAD Y VIOLENCIA


... Puede tratarse de un pedazo de pan o un trozo de galleta, un poco de cassava o de plátano. Nunca se lo come solo y entero, pues los niños lo comparten todo: por lo general, la niña más grande del grupo se cuida de que todos reciban una ración justa, aunque a cada uno le toque una sola migaja ...”

Ébano. Ryszard Kapuscinski.



Quizá hubo un tiempo en que todo el colectivo almacenaba el fruto de su trabajo en un mismo lugar del que cualquiera podía proveerse según su necesidad, coger más de lo necesario solo podía obedecer a un trastorno mental. Es posible imaginar un paraíso semejante si lo fundamental es la supervivencia del grupo, es decir, cuando cada uno de sus miembros percibe la existencia como una realidad colectiva.

Las cosas debieron complicarse cuando las condiciones de trabajo, por razones de climatología, enfermedades o cualquier otra, impedían un rendimiento óptimo y lo almacenado no alcanzaba para que cualquiera se proveyera libremente, debiéndose racionar de manera que, por lo menos una mínima parte, llegara a todo el colectivo.

También podría ocurrir que el rendimiento del trabajo fuera tan pobre que las raciones no garantizasen el sustento. Por lo tanto, habría que decidir entre la supervivencia de tan solo una fracción del colectivo o su extinción. Entonces, aparecerán la violencia y el horror.

Las hambrunas, la escasez de recursos vitales, darán lugar a la violencia dentro del colectivo, amenazando a este con la autodestrucción. Será la interacción de esa violencia con el instinto de conservación del grupo, lo que propiciará la agresión a otros colectivos, ya sea para arrebatarles directamente el fruto de su trabajo o bien, para apoderarse del medio físico que les proporcione rendimientos capaces de sostenerlos con holgura. Así nacerán las guerras, como un mecanismo de supervivencia.

En principio, y en circunstancias optimas, la potencia implícita en cada persona debiera ser suficiente para producir su propio sustento. No obstante, las condiciones ideales suelen ser escasas y siempre bajo la amenaza de cambios incontrolables, además, la población que sustentan acabará por desbordarlas ineludiblemente, ya que para unas condiciones de producción dadas es posible mantener a un cierto número de individuos, sin embargo, cuando esa relación es óptima la población crece, con lo que las mismas condiciones de producción dejan de cubrir las nuevas necesidades a que el incremento de la población da lugar.

Han sido necesarios milenios de sufrimiento y durísimos trabajos para la mayoría, hasta que, cuando menos allí donde la industria es la principal fuente de riqueza, la sociedad ha encontrado la manera de dotarse de herramientas técnicas y culturales que permiten optimizar los rendimientos de su trabajo, a la vez que posibilitan el autocontrol de la población en función de los recursos disponibles, superando así la trágica necesidad del recurso a la guerra. No obstante, la guerra, la violencia y el horror no han desaparecido, persisten aunque ya no exista ninguna razón que los justifique. Entendiendo, claro, está, que conservar la vida sería la única justificación lógica del recurso a la fuerza entre seres humanos, esa persistencia resulta paradójica porque los medios técnicos y el control de la naturaleza con los que contamos en la actualidad, son suficientes para que ninguna persona deba temer por su supervivencia.

El hecho de que determinados colectivos recurrieran o necesitaran recurrir a la rapiña como sistema de supervivencia, debió tener como consecuencia inmediata que el resto de colectivos armasen sus defensas. Así la violencia pasa a formar parte fundamental de la cultura y rompe, en el interior de los colectivos, la horizontalidad social a favor del más fuerte que, autorizado por el uso de la fuerza como razón, es quien se lleva la mayor parte de lo conseguido por todos. Ración que va disminuyendo en proporción a la capacidad del uso de la violencia y da forma de pirámide a la horizontalidad original.

Así, la identidad, la posición en la estructura social, queda fuertemente vinculada a lo que posees, es decir, a lo que eres capaz de defender. Propiedad y violencia parecen ser consustanciales, dos caras de la misma moneda, lo que explicaría o daría lógica a la paradoja señalada, pues si bien entendemos y disponemos de los medios para eliminar la violencia, no somos capaces de una estructura social que no se base en la propiedad, no encontramos la manera de volver a la horizontalidad.

Cabría pensar que el largo esfuerzo realizado para resolver la escasez, ha roto la primitiva manera de percibir la existencia como una realidad colectiva. Acaso ese sería el trayecto resultante de lo que conocemos como progreso, el camino que convierte a un ser incapaz de vivir sin el abrigo de sus semejantes, en un ser mutilado de su capacidad social y, en la medida que esa mutilación le impide unir su fuerza con sus semejantes, con los de su estrato en la pirámide, con los de su clase, se ve obligado, si quiere sobrevivir, a vender la propiedad de su trabajo a estratos piramidales más altos, es decir, dotados de más fuerza.

Volver a la horizontalidad social, hacer buenos los progresos alcanzados, pasa por recuperar la conciencia de nuestra existencia colectiva, como fuente de conocimiento que nos permita vivir con plenitud la individualidad, a la vez que decidir y actuar como colectivo. Pasa por sustituir la ley del más fuerte por la ley del más débil, como garantía del innato derecho a la vida. Y eso es posible ahora que somos capaces de surcar el espacio y dominamos la materia hasta extremos subatómicos. Ahora que todos sabemos leer y escribir. Ahora que los medios técnicos de comunicación desbordan una y otra vez, las mordazas de los más fuertes.

Ahora, porque el potencial violento acumulado en el vértice de la pirámide. es tal y está en tales manos, que amenaza no solo a la especie humana, sino al propio planeta como ente vivo, por lo que, más allá de que tanto la violencia como su estructura piramidal sean perfectamente eludibles, urge encontrar la salida, urge encontrar una cohesión social no vinculada a la propiedad y a su inevitable compañera, la violencia.