martes, 4 de junio de 2024

MUJERES Y LUCHA DE CLASES

 

Conviene aclarar lo que se entiende para ciertos conceptos utilizados en el siguiente texto. La riqueza es el producto del trabajo. La burguesía son una minoría de personas que han encontrado la manera de apropiarse de la mayor parte de la riqueza producida. El proletariado son el resto de personas que sobreviven con la paupérrima parte restante. El resultado son dos clases de personas, las que viven, con escasez, de su trabajo y las que viven, con opulencia, del trabajo ajeno. Lógicamente, el proletariado se enfrenta a la burguesía para obtener el control sobre la riqueza, a ese enfrentamiento se le conoce como lucha de clases.

La violencia es parte intrínseca de la cultura humana. Cabría entenderla como la acción contra lo “natural”. Cuando te lías a hachazos con un árbol, le desgajas una buena rama y construyes una mesa, estás ejerciendo violencia sobre el transcurso natural de la rama. Cuando obligamos a un niño a que abandone su natural tendencia al juego y le obligamos a que aprenda el abecedario, estamos ejerciendo violencia. Incluso, cuando nos obligamos a saltar de la cama, estamos ejerciendo violencia contra el placentero estado de reposo natural. Pero es que necesitamos una mesa, aprender las letras y activarnos por la mañana para conseguir las cosas. Desde el punto de vista de la evolución parece obvio que sin la capacidad de violencia no hubiéramos llegado ni a reptiles.

Un mundo sin violencia, el ideal del budismo o de los pacifistas integrales, equivaldría a un mundo donde las cosas se obtendrían por arte de magia, es decir, algo semejante a un paraíso. No obstante, la evolución social se esfuerza en erradicar los procesos violentos, un maestro de escuela de hace cien años, no dudaba en utilizar el guantazo como herramienta pedagógica, mientras que en la actualidad cualquier maestro sabe que hay medios mucho mas eficaces y mucho menos violentos de conseguir los mismos objetivos. Todo parece indicar que el progreso, la civilización, es inversamente proporcional al nivel de violencia empleado. Al propio tiempo, esta conclusión plantea la duda sobre el nivel de civilización de un modelo de estado tan violento como el que construye la burguesía, se diría que no han llegado mucho más allá de los Hititas.

Tradicionalmente la violencia se asocia a los hombres. Sin embargo, las mujeres difícilmente podrían cumplir su cometido sin violentar el transcurso natural de las cosas, lo que nos hace pensar que las mujeres, como seres humanos que son, tienen idéntica capacidad de violencia que los hombres. Prueba de ello es que a lo largo de la historia, también en la actualidad, encontramos verdaderos y poderosos ejércitos de mujeres. Todo lo cual deja en entredicho la dudosa debilidad que se les atribuye y en el ridículo la pretendida división entre fuertes y débiles. Los hombres son el sexo fuerte, suele decirse, ocultando que la fortaleza o debilidad depende mucho más de los medios a tu alcance que de la constitución física. Lo cierto es que, apoyándose en la falacia de que son el sexo débil, la valoración social de las mujeres, a pesar de las muchas leyes que se implementan, es inferior a la de los hombres, lo que resulta una injusticia, una de las principales entre las que fundamentan la sociedad burguesa.

La lucha proletaria proporciona un primer paso para destapar, entre otras muchas estafas, la explotación que padecen las mujeres y que se impone disfrazada de imperativos biológicos y sentimentales como, por ejemplo, la monogamia. El propio Lenin en una entrevista realizada por Clara Zetkin así lo afirma. “El viejo mundo de sentimientos y de ideas comienza a vacilar. Los antiguos vínculos sociales se aflojan y se rompen, descubriéndose atisbos de nuevas relaciones y actitudes humanas ...”

La característica fundamental del proletariado es que genera plusvalía, es decir no reciben lo correspondiente a lo que han aportado. Siendo especialmente grave en el caso de las mujeres, que a cambio de producir, seres humanos, tan solo reciben, en el mejor de los casos, mucho cariño y mucho amor, que ni se come, ni se compra, ni se vende. Al igual que la inmensa mayoría de la población, la inmensa mayoría de la mujeres pertenecen a la clase proletaria, pues todo su fundamental aporte a la riqueza de la sociedad se convierte en plusvalía, es decir, en beneficio para el burgués.

Suele hablarse de las mujeres como de una clase compacta sometida a la explotación de los hombres, sin embargo esa es una apreciación poco realista, las mujeres de la burguesía no producen plusvalía, muy al contrario, viven regaladamente de ella. Incluso, hoy en día, las mujeres burguesas, hasta pueden eludir el mandato biológico de la gestación pagando para que sean otros cuerpos los que sufran el deterioro y sufrimiento anexo a un embarazo. De la misma manera que en la lucha de los campesinos no caben los intereses de los terratenientes, colocar en el mismo caldero la pelea de una burguesa por escalar en la cadena de poder, y la lucha de las compañeras por sus derechos, significa neutralizar todo el potencial transformador del movimiento feminista.

Lo habitual es que se hable de dos fuentes de riqueza básicas en las naciones, la industrial y la agraria, ignorando la más básica de todas, el sistema de reproducción, entendiendo como tal, no solo la gestación, sino toda la infraestructura doméstica necesaria para que el hijo se incorpore a la producción. Este error da lugar a que muchas organizaciones proletarias consideren los problemas de la mujer como algo que se resolverá cuando los medios de producción estén en manos de los obreros. Lo cual no es cierto, salvo que las feministas presionen y se hagan fuertes en la vanguardia de la lucha de clases, es decir, en los comités centrales de esas organizaciones.

Una de las consignas más recurridas por las feministas es que sin mujeres no hay revolución. En consonancia con esa obviedad, las organizaciones que suelen abanderar la causa proletaria en la lucha de clases, no dudan en apoyar las movilizaciones feministas. Sin embargo esas organizaciones no solo han de prestar apoyo, deben incorporar a su eje programático las reivindicaciones de las mujeres, adoptando para esa causa la misma actitud vigilante y en la vanguardia, que adoptan con las causas del mundo obrero, lo que significa adoptar el feminismo como frente definitorio al mismo nivel que el frente fabril o el campesino.

Paralelamente, el movimiento feminista debiera afinar en las características de lo que significa la lucha por la liberación de la mujer. En ese sentido, el que una mujer llegue a presidir un banco o a primera ministra, no parece ser un paso significativo en esa lucha, sin embargo, el que una mujer logre que se le pague como a un hombre por el mismo trabajo o que se retribuyan las responsabilidades domésticas, si serían avances de gran calado.





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