lunes, 23 de agosto de 2021

LA DICTADURA DEL PROLETARIADO

Si hay algo que invariablemente les pone los pelos como escarpias a los burgueses es que les menciones la dictadura del proletariado. Como si la dictadura burguesa, la del dinero, la de los bancos, la del FMI, la de las grandes empresas, fuera moco de pavo. Ponen cara de horror porque el solo termino dictadura implica violencia, como si uno de los pilares básicos del estado burgués no fuera la represión organizada en ejércitos y policías de todo tipo. Con el agravante de que si bien la dictadura del proletariado se anuncia como una etapa transitoria, la dictadura burguesa es definitiva si se quiere sostener un sistema basado en la plusvalía.

Olvidando el cómo llegaron ellos al poder, los burgueses siempre están cantando las excelencias de la no violencia y las luchas pacíficas, sin embargo, cuando perciben una amenaza seria a su dictadura, recurren sin problema ninguno al fascismo, que consiste en seguir explotando a los trabajadores, pero con pistolas en la mano.

La verdadera amenaza para la sociedad burguesa es la perdida de beneficio o plusvalía que fue la razón de su nacimiento, ha sido el camino hacia el poder, y es la garantía de su permanencia. No es de extrañar que, cuando se trata de superar la sociedad burguesa, el primer objetivo sea eliminar la plusvalía. Punto en que los burgueses recurren a la violencia más extrema y el proletariado, en defensa del poder recién conseguido, impone su propia dictadura.

Parece ser que si repasamos la historia, los cambios del paradigma social siempre han sido violentos, tiene lógica, primero, porque los beneficiarios del sistema social que se pretende superar intentarán por todos los medios impedir un cambio que signifique la perdida de sus privilegios, y segundo, porque la población en general, alienada entorno a las doctrinas del régimen anterior, presentará resistencia a cambiar los hábitos y costumbres incompatibles con el nuevo paradigma. Por señalar ejemplos podríamos mencionar el uso irresponsable de los recursos naturales que nos impone “el mercado”, o el exacerbado individualismo que el viejo sistema cultural nos ha impuesto como el único natural y humanamente viable.

Cuando los burgueses sienten amenazados sus intereses, son capaces de recurrir a las violencias más brutales como provocar la II Guerra Mundial, financiando el partido nazi para evitar la revolución en Alemania, y permitiendo la reconstrucción y rearme del ejercito alemán para acabar con la URSS. Todo ello sin que les importara lo más mínimo los millones de muertos y los demenciales sufrimientos que infligieron a las poblaciones civiles y a los que ellos llamaban etnias inferiores, hasta que en Stalingrado comprendieron que les estaba saliendo el tiro por la culata.

Es esa crueldad implícita en el propio concepto de beneficio la que hace inevitable la lógica de la violencia cuando nos enfrentamos a la burguesía. Sin embargo, esa misma lógica ya no es tan evidente cuando se trata de corregir la cultura, sobre todo si nos desembarazamos de la máxima burguesa, pedagógicamente nociva, respecto a que “la letra con sangre entra”. Para conseguir verdaderos cambios culturales se necesita pedagogía y paciencia. Pedagogía que nos permita encontrar el método o trayecto de aprendizaje más adecuado y paciencia para incorporar las reacciones al método que se aplica.

En el caso de la religión, de la identidad sexual o de la responsabilidad social, por poner ejemplos, servirá de poco establecer nuevos códigos y asociarles un sistema de sanciones para garantizar su cumplimiento que, en definitiva, es una manera de implementar la máxima de la letra y la sangre. Sin la correspondiente acción pedagógica los nuevos códigos se acatarán por miedo al castigo, pero no porque se comprenda su necesidad. Esta situación generará una deriva autoritaria en las relaciones del ciudadano con la administración abriendo grietas que, inmediatamente, la reacción utilizará para introducir las cuñas que acabarán por desbaratar el nuevo paradigma.

Los viejas costumbres solo se abandonan cuando el contexto en que se generaron desaparece y su justificación no se corresponde con la realidad. Como ejemplo tenemos la que era una costumbre tan arraigada como que la mujer llegase virgen al matrimonio y que en la actualidad, en sociedades industrializadas, no se suele respetar. En una sociedad machista, donde la mujer es la depositaria de todas las maldades, esa, la de su himen intacto, es la única prueba creíble de su honradez que el hombre admitía. Sin embargo, conforme la lucha de las mujeres ha ido imponiendo respeto y reconocimiento para su género, los hombres van entendiendo que ni la integridad fisiológica, ni la exclusividad sexual tienen nada que ver con el amor, y con esa misma progresión desaparece la costumbre de exigir virginidad a la novia.

Ningún cambio de paradigma económico y social, ninguna revolución, puede decirse que ha tenido éxito hasta que la vieja cultura impuesta por el viejo sistema económico, no se sustituya por un modelo no impuesto y constantemente actualizado por la praxis de los propios ciudadanos. Será difícil o imposible que un modelo semejante pueda ser el fruto de algo que se estructura como una dictadura. Es evidente que la Dictadura del Proletariado no sirve por si misma para modificar los parámetros culturales que quedan obsoletos y son contrarios al progreso. En este sentido si observamos a los burgueses, su dictadura es básicamente económica, saben muy bien que la cultura ya se preocupará ella misma de acoplarse al dictado económico por la cuenta que les trae. No es necesario prohibir contenidos contrarios a sus intereses, basta con no darles soporte económico.

Después de todo, la dictadura del proletariado nace con el objetivo de desalojar a la burguesía del poder económico, y ese debe seguir siendo su único cometido una vez ese primer objetivo se haya conseguido: Impedir por todos los medios que los burgueses vuelvan a levantar cabeza en el poder económico y, en esa medida, puedan volver a impregnar la sociedad con las mentiras que justifican la plusvalía.

 


 


 

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