martes, 3 de septiembre de 2019

MATAR AL PADRE


Es usual que cuando se necesita montar una estructura organizativa, uno de los temas fundamentales que se plantea es su sostenibilidad. Es decir, se busca lo definitivo de esa solución. Sin embargo, con esa idea incrustada en el mismo punto de partida, la organización acaba siendo el verdadero objetivo de todos los esfuerzos, alienando a los miembros a base de priorizar la supervivencia de la corporación.

Es fácil percatarse de que entre las motivaciones para organizarse, las hay que varían para cada momento concreto, y otras que, estando en la misma raíz de la cooperación entre personas, permanecen constantes. Las primeras se refieren a las condiciones sociales que plantean incógnitas a despejar en cada momento. Mientras que las constantes, las que se repiten desde la más remota antigüedad, pueden tener apariencias muy diversas, pero, tal y como ocurre con los 'mandamientos de la ley de Dios' siempre podremos reducirlas a tres: La conciencia de ser social, el progreso y el miedo a la soledad. La conciencia de nuestros intereses o necesidades nos permite identificar esos mismos intereses en otras personas y abordar entre todos, sin miedo, las descomunales fuerzas que se oponen al progreso, pues ya se sabe que, como dijo el poeta, '… así tomados, de uno en uno / son como polvo, no son nada.'

Nuestros padres sociales, los burgueses, confundiendo, como siempre, el instinto de conservación contenido en la propia necesidad de progreso con la codicia, añadirán el ánimo de lucro como cuarta e ineludible motivación. El cual, actúa como un verdadero disolvente sobre las motivaciones originales. De entrada, divide a los asociados en dos categorías, los que posibilitan la asociación y recogen el beneficio, y los que efectivamente generan la riqueza de la que salen los recursos para mantener la entidad y el propio beneficio.

Así funcionan las 'empresas' u organizaciones pensadas para obtener dividendos, se trata de estructuras organizativas consistentes en una infraestructura productiva a partir de personas que se asocian porque individualmente no conseguirían rentabilizar su capacidad de trabajo, y una superestructura que organiza, dirije y aloja el destino del lucro, compuesta por personas que se asocian para incrementar su riqueza. En estas asociaciones la alienación de la infraestructura es una condición 'sine qua non' para que la superestructura siga posibilitando la organización.

Si bien, históricamente, la obtención de riqueza es la forma más habitual de asociación entre personas, cabría esperar que las organizaciones de cariz popular que pretenden cambiar la sociedad, es decir, que no tienen como objetivo rentabilizar capitales, prescindieran de direcciones superestructurales. Sin embargo, como si fuera un mandato genético o herencia ineludible, cuando las clases populares nos organizamos, rápidamente dotamos a nuestras organizaciones de mecanismos dirigentes, aun y a sabiendas del grave peligro de alienación que eso supone. Aun y a sabiendas que, como es lógico en una organización con esa estructura, serán los criterios de los dirigentes los que acabarán imponiéndose. Aun y a sabiendas que ni siquiera razones de eficacia justifican esas superestructuras, porque sabemos, por experiencia, que son precisamente esas cúpulas dirigentes las que acaban haciendo absolutamente ineficaces a nuestras organizaciones.

Tal y como siempre ha predicado la burguesía, estamos convencidos que pensar y trabajar son cosas incompatibles. Sin duda se trata de un principio incrustado a 'machacamartillo' en nuestro inconsciente de clase: El jefe piensa y tú trabajas. Después de todo, y por desgracia, es el único modelo que tenemos suficientemente contrastado. Sin embargo, está claro que, a estas alturas del progreso social, no sirve para seguir avanzando. Habría que desembarazarse de semejante mandato si no queremos seguir dando vueltas y más vueltas a la noria de la que viven las denominadas 'castas' o élites políticas.

Acaso, las organizaciones cuyo objetivo es el progreso social, están sumidas en alguna clase de 'crisis de crecimiento' de la que, como es sabido, solo se sale madurando, dejando de ser adolescentes cabreados que necesitan quien los guie.

Fue Sigmund Freud quien ideó la metáfora de 'matar al padre' para significar la necesidad de madurar, de pensar por nosotros mismos, de deshacernos de mandatos heredados y ser capaces de elaborar los propios, los ajustados a la realidad que vivimos. Sin embargo, a la vista está, eso no es nada fácil, nadie tira las viejas herramientas sin haber recibido las nuevas.

Matar al padre para las clases populares, las que nacimos del semen burgués, sin duda que significa muchísimas cosas, pero de la que venimos hablando es fundamental: cambiamos de vehículo o con los actuales cacharros, tal y como está el terreno, no llegaremos a ningún lado.

Y eso, ¿cómo se hace? Se preguntará fatalmente cualquiera que considere lo dicho. Y ese es, precisamente, el momento de asentar el golpe fatal a ese oscuro padre que nos impide madurar. Habrá que ignorar, por más que nos asuste, esa grave voz que susurra la maldita pregunta. Ese será el momento de dejarse de herencias inconscientes, juntar la calderilla y, de una vez por todas, hacerle caso al poeta: Caminante, no hay camino / se hace camino al andar.

3 comentarios:

  1. Brutal, por lo simple, que no simplita, contundente y diafano del mensaje.
    Bravo.
    Siento repetirme en el comentario pero es la pura verdad. Solo me gustaria añadir una referencia los griegos y el Goya de los aguafuertes.

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  2. Del último libro, hablaremos otto dia, es que algunos de los personajes los me resultan muuuuuy cercanos y tengo que hacer una segunda lectura.
    Es como cuando sales del cine, después de haber visto una buena película. Al salir te preguntan, te ha gustado? O que te parece?, anonadado por las imagenes i la relación con el fondo, necesito "pairlo", para poder opinar

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