miércoles, 23 de noviembre de 2022

CONTRACULTURA

En el terreno cultural hubo épocas de alegría, vitalidad e independencia hoy en retroceso. Falta atrevimiento, base de los avances, que necesita medios, concentración, estudio, tiempo de maduración. Lo contrario  de lo que hoy ofrece el mercado.

Pepe Rivas.


      Con frecuencia vemos aparecer la palabra “contracultura” en los medios y en las conversaciones impregnada de cierto halo nostálgico, como algo que fue pero ya no es. Parecido a la juventud que cuando quieres darte cuenta ya no está, algo que ocurrió en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Tras dejar clara esa añoranza, como si fuera una señal de identidad, suelen elaborarse más o menos sesudos análisis de las razones que la hicieron desaparecer.

Si existe algo a lo que llamamos “contracultura”, es imprescindible que exista algo a lo que llamemos “cultura”. Es decir, todo parece indicar que la contracultura sería un reverso o cara B. En cualquier caso, una rama o parte de la cultura. Profundizando en esta idea, cabría suponer que no hay cultura sin contracultura y viceversa.

Desde siempre, cuando los recursos producidos no son suficientes, y a pesar de los conflictos que esa situación plantea, en un plazo no muy largo resulta un motor de progreso, ya sea colonizando nuevos territorios o mejorando esos métodos de obtener recursos. De la misma manera en el campo cultural, cuando las ideas convertidas en intereses de mercado con forma de libros, películas, prendas de vestir, dispositivos electrónicos y hasta tipos de maquillaje saturan su “mercado”, y los beneficios obtenidos son insuficientes, el mercado cultural se ve obligado a buscar nuevos territorios, es decir, a poner cosas nuevas en el bazar para que el nivel de beneficios se sostenga.

Ese poner “cosas nuevas” no es tan fácil como pudiera parecer, y puede conllevar duros conflictos con la cultura oficial, que es la permitida y costeada por la clase dominante. Si esa clase, en defensa de sus intereses ideológicos, consigue esconder o bloquear la aparición de nuevas formas que socaven su dominio en el mundo de las ideas, lo que conseguirá es el estancamiento del negocio cultural y dejar sin el único método, el de las “modas”, del que hace uso la mayor parte de la clase trabajadora para sentirse integrada. Si, por el contrario, es la clase trabajadora la que consigue imponer su criterio, siempre en paralelo con alguna algarada social, el bazar se llenará de “cosas nuevas” que sostengan e incrementen sus beneficios y, a la vez, las clases trabajadoras podrán seguir adormecidas en ese espejismo de integración que proporciona el “estar a la moda”.

De hecho, no ha desaparecido nada, salvo la juventud de los que en aquellos momentos solo podían hacer “contracultura”, pero que en la actualidad, no es que hayan sido absorbidos por el mercado de la cultura, simplemente los han sacado del trastero y los han puesto en el escaparate, ocupando el hueco dejado por las ideas que ya no venden. Esa es la razón por la que, hoy en día, la “cultura oficial” no envía directamente a la hoguera a todos esos vanguardismos confeccionados por cuatro genios incomprendidos y sin un céntimo en el bolsillo. Los necesita para disponer de “cosas nuevas”.

Así pues, “contracultura” ha existido siempre, no hay más que pensar en el romanticismo, en los impresionistas, en el surrealismo, en la generación beat, en el movimiento hippie, en el “Mayo del 68”, en la ola del heavy o del punk… cuyos productos, tan vilipendiados en su momento, lucen ahora junto a las obras clásicas, en el “merchandising” de todos los museos. Se trata de un mecanismo con dos objetivos, por un lado mantener el beneficio y por otro, garantizar modas que adormezcan el carácter rebelde que la injusticia económica incrusta en la clase trabajadora.

Esas añoranzas de las que hablábamos, resultan añoranzas, no de la contracultura sino de la porción de esta en que esos nostálgicos fueron protagonistas. Lo que de verdad añoran es su protagonismo. La contracultura sigue ahí y seguirá estando porque es una parte integral de la cultura. Otra cosa es que a los dueños de la cultura, les interese verla y presentarla como la alternativa y vanguardia de sí mismos.

Sin embargo, estos no son buenos tiempos para la lírica. La clase dominante anda metida en uno de sus típicos y criminales atolladeros, de los que siempre sale matando gente en alguna de las guerras que, como la contracultura, nunca le faltan. No, no están los tiempos para alternativas, todo lo contrario, presas del pánico que les produce la incertidumbre, se refugian en sus más reaccionarias ideas y si consienten y hasta subvencionan alguna alternativa, es de tintes fascistas. A los que, en estos momentos, sí plantean alternativas, como los “raperos” de todos conocidos, los meten en la cárcel o se ven obligados a exiliarse.

No se trata de un mecanismo que los mercachifles hayan inventado, es algo que han encontrado ahí, como la corriente de agua que aprovechan para producir energía, la contracultura es un daño colateral que no pueden evitar, de la misma manera que no pueden prescindir de los trabajadores. Son estos, precisamente, los que buscando sus propias formas de expresión, en ratos que les roban a otras necesidades y sin que les paguen un duro, los que producen la contracultura. Y es ahí donde la cultura “oficial” busca sus “vanguardias alternativas” cuando los beneficios se estancan.

De la misma manera que los mecanismos reguladores controlan el caudal de agua sobre la turbina, la cultura de la clase dominante controla los beneficios en el mercado cultural, publicitando más o menos productos contraculturales en función de sus intereses. Sobre todo a partir del “Mayo del 68”, esta es la forma como la burguesía aprovecha la inevitable producción contracultural, para mantener una oferta atractiva y puesta al día permanentemente.

Donde en el diccionario de la la RAE, definiendo la contracultura dice: “1. f. Movimiento social que rechaza los valores, modos de vida y cultura dominantes.”, debiera decir “Tendencia cultural que complementa los valores, modos de vida y cultura dominantes.”



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